domingo, 13 de marzo de 2011

La corrupción en Colombia

Decidí aprovechar el domingo para volver a escribir en mi blog que lo tenía bastante abandonado. Desde hacen ya 5 meses no escribía nada. Pero hoy por primera vez me voy a salir del tema de las finanzas y las inversiones para hablar de otra cosa: la corrupción en Colombia. Lo hago porque acabo de leer la edición 1505 de la revista Semana, que en tres artículos (ver: Se están robando el país, En las entrañas del monstruo y La otra cara) trata sobre la forma como funciona la contratación pública en nuestro país y revela la magnitud del problema pero no aporta soluciones para el mismo. Antes de continuar advierto que mi especialidad no son los temas de estado ni la política, pero siempre me ha gustado pensar en soluciones a los problemas y aquí va una que se me ocurrió.
Primero que todo tengo que decir que para mí, las revelaciones de la revista Semana no son ninguna novedad. Que los contratistas son los que financian las campañas electorales y que a cambio reciben contratos una vez elegido el candidato, que las licitaciones son hechas a la medida de un ganador previamente establecido, que al funcionario ordenador del gasto hay que darle una comisión o que el costo de las campañas electorales es proporcional al presupuesto de la entidad a la cual se aspira a dirigir sorprenderá a los ciudadanos de las grandes ciudades que trabajan en el sector privado pero no a las personas que, como yo, somos de pueblos pequeños donde el sector público es el principal empleador y creador de fortunas instantáneas.
Para encontrar soluciones debemos analizar primero la situación actual. La corrupción, tal como lo revela la revista, no es de unos pocos funcionarios deshonestos. Es un problema sistémico. Es un círculo vicioso que se origina desde la misma campaña electoral. Para salir elegidos, los candidatos necesitan cuantiosos recursos para poder comprar líderes, regalar fórmulas médicas a sus electores, láminas de zinc para sus casas, bultos de cemento, etc. Las elecciones no las gana el candidato con las mejores propuestas sino el que tenga el mayor respaldo económico porque el electorado es pobre y sin educación. El electorado lo único que sabe es que en época de campañas hay que sacarle plata a los políticos porque después se desaparecen. Los electores saben que las palabras bonitas se las lleva el viento y lo único que les queda del político es la platica que les dejó en las elecciones. Por eso venden el voto. No tienen la conciencia de que puede haber un cambio porque nunca lo han visto. La falta de educación hace que las campañas cuesten mucho dinero y finalmente sea elegido el que mas dinero se atrevió a gastar.
Por supuesto que cuando se gasta tanto dinero en una campaña hay que pagarlo a los que la financiaron con sus respectivas utilidades. Entonces el presupuesto de la entidad que dirige el ahora funcionario público ya está empeñado con quienes hicieron el aporte económico para subirlo allá. Con un presupuesto empeñado, es poco o nulo el margen de maniobra. Por buenas que sean sus intenciones o por muy bueno que sea el programa de gobierno del funcionario, este queda maniatado y nunca podrá hacer los cambios que verdaderamente se requieren para dar educación y bienestar a su comunidad y poder salir del círculo vicioso.
Si a todo esto le sumamos que muchos funcionarios de los entes de control, cuando les asignan alguna investigación a un funcionario público, se frotan las manos de la felicidad porque saben que, independientemente de si es culpable o no el funcionario investigado, este en últimas deberá comprar su tranquilidad con la suma que le soliciten, pues es aun más difícil evitar el saqueo de los dineros públicos y que terminen en ese triste destino.
Nuestra cultura tampoco ayuda mucho. Cuando un funcionario se atrevió a ser transparente y no salió millonario de un cargo público, muchas veces es tildado de “pendejo” o “bobo” porque teniendo la oportunidad salir de pobre no lo hizo. Lo que se considera normal es ser corrupto y no ser honesto. Así de grave está la cosa.
Entonces tenemos un círculo vicioso que se ve así: Ignorancia y pobreza del electorado - Campañas costosas - Presupuesto empeñado - No hay buena administración - Sigue la ignorancia y la pobreza - Campañas mas costosas.
La constitución dice que todo ciudadano tiene el derecho a elegir y a ser elegido pero en la práctica tenemos un sistema totalmente excluyente. La verdad es que solo pueden ser elegidos los individuos que son mas arriesgados y que tienen la forma de acceder a los recursos para financiar sus campañas. Generalmente estas personas tienen mas mentalidad de empresarios y negociantes de la política que de verdaderos líderes visionarios que buscan el bienestar de sus pueblos. Generalmente los elegidos no son los más preparados sino los más aventajados económicamente.
Entonces como romper este círculo vicioso? Esa es la respuesta que no nos da la revista Semana en su artículo. Yo me atrevo a hacer una propuesta: que sea el mismo estado quien financie las campañas electorales. Cuantas personas preparadas, honestas y visionarias hay en todas partes que no tienen el más mínimo chance de ser candidatos para dirigir sus comunidades simplemente porque no cuentan con los recursos para hacerlo? Además, si estos llegan a conseguir financiación necesariamente ya tendrían que participar del mismo sistema corrupto para devolver los recursos a los financiadores y hasta ahí les llegaría la honestidad.
Por supuesto que por el solo hecho de ser financiados por el estado, no hay garantía de que todos los candidatos van a ser honestos al ser elegidos, pero por lo menos se le da la posibilidad de participar en elecciones a muchos que sí lo son, que están preparados y que hoy día no tienen la mas remota posibilidad de gobernar y aplicar sus conocimientos en beneficio de sus pueblos. Es mucho mas costoso para el estado mantener el sistema actual donde la “mordida” del 10%, del 20% o del 30% es la ley, que asumir el costo de las campañas para que por lo menos tengamos la posibilidad de tener mejores candidatos, mas preocupados por su comunidad que por recuperar lo invertido.