viernes, 26 de agosto de 2011

Carta abierta al ganador del Baloto


Querido afortunado ganador del Baloto. Sea este el medio para felicitarte por la increíble suerte que acabas de tener. Como no te conozco y creo que tampoco nos vamos a conocer, puedes tener la tranquilidad de que no busco hacer parte del grupo de “nuevos amigos” que vas a tener de ahora en adelante y que solo estarán interesados, en su mayoría, en algún beneficio de esa amistad. Por el contrario, lo único que quiero es brindarte unos consejos para que no repitas la historia de la mayoría de los que ganan loterías (por favor lee el artículo Cuanto dura el gordo de la lotería).
Primero que todo, te recomiendo que veas las cosas en perspectiva. A los 74.000 millones de pesos réstale el 20% de la retención en la fuente y te quedan 59.200 millones de pesos a recibir. Al cambio de hoy, son unos 33 millones de dólares aproximadamente. Indudablemente acabas de ganar una fortuna pero recuerda que debe haber cientos de familias colombianas que poseen un patrimonio similar o superior a ese. La diferencia es que no lo tienen en efectivo porque está representado en empresas, propiedades e inversiones de todo tipo y, además, no lo ganaron en la lotería sino haciendo negocios.
Como sé que compraste el premio en El Paso, Cesar, es posible que seas empleado de la empresa Drummond. Piensa que si hoy fueras donde los hermanos Drummond a comprarles la mina que tienen allá, con tus 33 millones de dólares solo lograrías el 0,4% de la propiedad, pues ese chuzo lo están vendiendo por 8.000 millones de dólares. O sea que cuando los hermanos Drummond vendan su mina y se lleven el dinero del país, lo que tú consideras una gran fortuna, para ellos solo será el 4 x mil que les quita el gobierno en la transacción.
Hoy leí en Twitter un chiste que decía que Steve Jobs, el presidente y fundador de Apple que renunció anteayer, lo había hecho porque se ganó el Baloto. Jajajaja, me dio mucha risa la comparación porque tendrías que ganarte 251 veces ese mismo premio que acabas de ganar para poder igualar la fortuna con la que hoy se ha retirado Steve Jobs. Dicho sea de paso, Steve nunca ganó una lotería ni recibió herencia pues sus padres eran de la clase trabajadora. Toda esa fortuna salió de su brillante, creativo y visionario cerebro.
Te digo esto para que, en vez de sentirte grande entre los pobres, te sientas pequeño entre los ricos y de esta forma te sigas manteniendo humilde. Cuando uno siente que está abajo, quiere subir. En cambio cuando uno siente que está muy arriba, lo que hace es despilfarrar migajas inútiles para demostrar la grandeza que no tiene. Nada de andar haciendo tiros al aire, pateando busetas ni alardeando borracho de que puedes comprar cuando quieras el negocio de donde te están echando.
Claro que es justo y sano que destines parte de tu premio a solventar las carencias económicas de tus familiares y amigos más cercanos, pero no te puedes dar el lujo de solucionarle sus problemas al pueblo entero. Los problemas de la sociedad no se solucionan con caridad sino con política económica. Tu principal aporte a la sociedad será invertir ese dinero sabiamente para que, en principio te beneficie a ti mismo con los dividendos obtenidos, y en últimas beneficie a la comunidad gracias a los empleos que se generen, al aporte al PIB del país y a los impuestos que vas a tener que pagar año tras año.
Como seguramente no eres un hombre acostumbrado a manejar negocios e inversiones, o por lo menos no esas cifras, te aconsejo que busques ayuda profesional para invertir todo el capital antes de tomar decisiones influidas por tus nuevos amigos y antes de gastar dinero en carros, casas, yates y cosas por el estilo.
Si me lo permites, te voy a recomendar que inicialmente hagas un presupuesto para vivir la vida que quieres vivir y compres propiedad raíz hasta que con los arriendos llegues a ese nivel de ingresos mensuales que quieres mantener. De esa manera te puedes gastar los arriendos viviendo y las propiedades siempre las vas a tener ahí. Por ejemplo, si determinas que tu nuevo nivel de vida vale 60 millones de pesos mensuales, por decir una cifra cualquiera, tendrás que invertir aproximadamente 10.000 millones de pesos en propiedad raíz (apartamentos, casas, locales, bodegas, oficinas, etc) para que te generen los 60 millones en arriendo mensual. Así que los 49.200 millones de pesos restantes podrás invertirlos en activos a largo plazo que no tengas que sacarles dinero mensual y de esa forma se irán multiplicando. El dinero tiene la cualidad de que, en las manos correctas, se multiplica, pero en las manos equivocadas, desaparece por completo sin tener en cuenta que tan grande haya sido alguna vez la fortuna.
Ojo que para que el dinero desaparezca no necesitas gastarlo. Si hoy compras una propiedad cualquiera y gastas 2.000 millones de pesos y mañana te arrepientes, puede que la vendas solo por 1.500. Esos 500 millones no te lo gastaste tú, no los disfrutaste, pero desaparecieron gracias a una mala decisión.
Siguiendo con el ejemplo, supongo que de los 49.200 millones habrás repartido unos 4.200 entre tus familiares, amigos más cercanos, y a la caridad. Así que tendrás 45.000 millones disponibles para invertir a largo plazo. Por supuesto que no tienes ni idea de en qué vas a invertir todo ese dinero. Pues te recomiendo que te alejes de los negocios pequeños, de los negocios de barrio, de la flota de taxis o de busetas, de las platas al interés, o cosas por el estilo. Te vas a volver loco administrando tu mismo todo eso. Esos son negocios para personas que apenas comienzan con capitales más pequeños.
Ahora que tienes tal volumen de recursos caído del cielo lo que tienes que hacer es invertir en empresas de mediano tamaño que ya estén constituidas, produciendo utilidades, con una estructura gerencial formada y de primera calidad, con algunos años de tradición y una marca reconocida en el mercado. No arranques de cero tú con ningún negocio. Hazte socio de esas empresas. Esas empresas no las vas a encontrar inscritas en la Bolsa de Valores de Colombia. Las empresas que están en la Bolsa son mucho más grandes, no vas a tener ningún control sobre ellas y vas a entrar en un juego especulativo que no conoces, te vas a ver tentado a estar comprando y vendiendo acciones a toda hora, con lo que muy seguramente vas a empezar a perder dinero tarde o temprano porque no tienes la formación académica para conocer lo que estás haciendo.
Entonces, donde están esas empresas? Pues obviamente no te vas a poner a buscar en el directorio telefónico y le vas a tocar en la puerta de su oficina a don Arturo Calle para decirle que quieres invertir en su negocio sin mas carta de presentación que haber sido el ganador del baloto. Te van a cerrar la puerta en tu cara. Lo que debes hacer es buscar una firma dedicada a hacer Banca de Inversión. Los principales grupos financieros del país tienen su filial de Banca de Inversión. Ellos son especialistas en valoración de empresas, para que puedas comprar participaciones importantes al precio justo y puedas recibir buenos dividendos o ser parte del aumento de su patrimonio gracias al crecimiento de estas empresas. Ellos saben qué empresas buscan socios y tu eres un socio potencial.
Quiero decirte una última cosa. Cuando compras una propiedad destinada a aumentar tus ingresos, es una inversión. Cuando compras una propiedad que no te genera ingresos, es un gasto. Recuerdo el año pasado la noticia sobre la bancarrota del actor Nicolas Cage. A este señor le tocó declararse en bancarrota porque había comprado tantas casas (supuestamente inversiones) que para poderlas mantener necesitaba un ingreso anual de 25 millones de dólares y “solo” se estaba ganando 20 millones de dólares al año (un Baloto como el tuyo cada año y medio). Pobrecito! Eso demuestra que la salud de tus finanzas no depende del tamaño de las cifras sino de las buenas o malas decisiones que se tomen para administrarlas.
Me he tomado la tarea de escribirte todo esto porque soy enemigo del despilfarro y de paso le sirve a cualquier otro lector que también, al igual que tu, le haya caído una platica del cielo y no sabe qué hacer con ella. Es en serio, no quiero que repitas la misma historia del señor Juan Buchaar, el del artículo que cité al inicio de este escrito. Espero que disfrutes tu nueva vida y los placeres que el dinero puede comprar.

lunes, 22 de agosto de 2011

Los superinversores de Villa Graham y Dodd


NOTA 1: Este artículo es una versión editada y resumida de una conferencia pronunciada por Warren Buffett en la Columbia University en 1984 para conmemorar el 50 aniversario de la publicación del libro Security Analysis, escrito por Benjamin Graham y David L. Dodd. Este volumen especializado introdujo por primera vez las ideas que posteriormente se popularizarían en El inversor inteligente. El ensayo de Buffett ofrece un fascinante estudio de la forma en que los discípulos de Graham (él incluído) han utilizado el método de inversión en valor para conseguir un fenomenal éxito en el mercado de valores.

NOTA 2: Desde el momento en que escribió este ensayo en 1984 hasta el día de hoy 22 de agosto de 2011, Warren Buffett ha seguido invirtiendo según los principios de la inversión en valor, logrando multiplicar por 130 el valor patrimonial de la acción de su compañía Berkshire Hathaway, lo que lo llevó a convertirse en el hombre más acaudalado del planeta.

Por Warren E. Buffett
¿Ha quedado desfasado el método de análisis de valores de Graham y Dodd que consistía en «buscar valores que tengan un margen de seguridad significativo en relación con los precios?». Muchos de los profesores que escriben libros de texto en la actualidad dicen que sí. Afirman que el mercado de valores es eficiente; es decir, que la cotización de las acciones refleja todo lo que se sabe sobre las perspectivas de una empresa y sobre el estado de la economía. No hay acciones minusvaloradas, afirman estos teóricos, porque existen inteligentes analistas de valores que utilizan toda la información disponible para garantizar unos precios inquebrantablemente apropiados. También dicen que los inversores que aparentemente consiguen unos resultados mejores que los del mercado año tras año lo logran simplemente por pura suerte. «Si los precios reflejan completamente toda la información disponible, este tipo de habilidad para la inversión queda excluida», escribe uno de los autores de los libros de texto actuales.
Bueno, es posible, quien sabe. Sin embargo, he venido a presentarles a un grupo de inversores que, año tras año, han conseguido mejores resultados que el índice de acciones Standard & Poor’s 500. La hipótesis de que lo hayan hecho por pura suerte es, por lo menos, digna de examen. Un elemento esencial de ese examen es el hecho de que todas estas personas que han conseguido mejores resultados que el mercado son personas a las que conozco muy bien, y que habían sido identificadas previamente como inversores excelentes, identificación que, en el caso más reciente, tuvo lugar hace más de 15 años. A falta de esta condición, es decir, si simplemente acabase de buscar entre miles de archivos para elegir los nombres de las personas que les voy a presentar, les aconsejaría que dejasen de leer ahora mismo.
Antes de que comencemos este examen, me gustaría que imaginasen un campeonato nacional de lanzamiento de monedas cara o sello. Supongamos que conseguimos que mañana por la mañana 225 millones de estadounidenses se presenten a ese concurso y les pedimos a todos que lancen una moneda al aire. Al día siguiente, en la mañana, todos ellos se levantan y tratan de adivinar si va a salir cara o sello. Si aciertan, ganan 1 dólar de aquellos que hayan fallado. Todos los días los perdedores son descalificados, y al día siguiente las apuestas acumuladas con las ganancias de los días anteriores se vuelven a apostar. Después de diez apuestas en diez mañanas habrá aproximadamente 220.000 personas en Estados Unidos que habrán sido capaces de adivinar correctamente diez apuestas seguidas. Cada una de ellas habrá ganado algo mas de 1.000 dólares.
Probablemente los integrantes de este grupo empezarán a sentir una punzada de orgullo, siendo como es la naturaleza humana. Es posible que traten de ser modestos, pero en las fiestas, de vez en cuando, reconocerán ante los miembros más agraciados del sexo opuesto que tienen una técnica, explicarán como es esta técnica, y harán maravillosas aportaciones al arte de adivinar si va a salir cara o sello.
Suponiendo que los ganadores están percibiendo una recompensa adecuada de los perdedores, en otros diez días tendremos 215 personas que hayan sido capaces de adivinar 20 veces seguidas si la moneda iba a salir cara o sello y que, gracias a este ejercicio, habrán conseguido convertir 1 dólar en algo más de 1 millón. Se habrán perdido 225 millones de dólares y se habrán ganado otros 225 millones de dólares.
Llegado este momento, los miembros de este selecto grupo habrán perdido la cabeza por completo. Probablemente estarán escribiendo libros sobre «Cómo convertí un dólar en un millón trabajando 30 segundos cada mañana». Aún peor, estarán probablemente empezando a recorrer el país pronunciando conferencias sobre el eficiente arte de tirar la moneda al aire y desdeñando a los profesores escépticos con la afirmación de «si es imposible hacerlo, ¿cómo es que 215 de nosotros lo hemos logrado?».
No obstante, llegado ese momento, algún catedrático de alguna facultad de negocios será probablemente lo suficientemente grosero como para mencionar el hecho de que, si 225 millones de orangutanes se hubiesen dedicado al mismo ejercicio, el resultado habría sido muy parecido: 215 orangutanes ególatras con una serie de 20 aciertos seguidos.
Me gustaría afirmar, no obstante, que hay algunas diferencias importantes en los ejemplos que voy a exponer. Por una parte si (a) se hubiese repartido a 225 millones de orangutanes de una forma mas o menos parecida a como está repartida la población de Estados Unidos, y (b) quedasen 215 ganadores después de 20 días y si (c) descubriese usted que 40 de esos 215 ganadores provenían de un zoológico concreto en Omaha, estaría usted bastante seguro de que estaba a punto de descubrir algo interesante. Por lo tanto, probablemente visitaría el zoológico y le preguntaría al cuidador qué les daba de comer a los orangutanes, si hacían algún tipo de ejercicio especial, y qué libros leían, o cualquier otra cosa que se le ocurriese. Es decir, si hubiese descubierto cualquier concentración realmente extraordinaria de éxito, estaría interesado en averiguar si era capaz de identificar concentraciones de características infrecuentes que pudiesen ser factores causales.
El estudio científico suele seguir de manera natural este tipo de patrón. Si estuviese tratando de analizar las causas posibles de un tipo infrecuente de cáncer, del que hubiese, por ejemplo, 1.500 casos al año en Estados Unidos, y descubriese que 400 de ellos se producen en un pequeño pueblo minero de Montana, sabría que no era posible que por mera distribución aleatoria 400 afectados proviniesen de un área tan reducida. Es posible que no supiese necesariamente los factores causales, pero sabría en donde tenía que buscar.
Mi tesis es que hay formas de definir el origen diferentes a la geografía. Además de los orígenes geográficos, existen lo que yo denomino orígenes intelectuales. Creo que podrán descubrir que existe un número desproporcionado de personas que han conseguido éxito en el concurso de cara o sello en el mundo de la inversión que provenían de una muy pequeña aldea intelectual que podría llamarse Villa Graham y Dodd. Se puede atribuir a esta pequeña aldea intelectual una concentración de ganadores que simplemente no puede explicarse por la mera suerte.
En este grupo de inversores de éxito que quiero examinar había un patriarca intelectual común, Ben Graham. Sin embargo, los niños que abandonaron la casa de ese patriarca intelectual decidieron sus «apuestas» de formas muy diferentes. Fueron a lugares diferentes y compraron y vendieron diferentes acciones de diferentes empresas y, no obstante, consiguieron unos resultados combinados que simplemente no se pueden explicar por la casualidad aleatoria. Ciertamente no se pueden explicar por el hecho de que todos estuviesen haciendo la misma apuesta de la misma manera porque un líder estuviese indicándoles lo que tenían que hacer. El patriarca se limitó a exponer la teoría intelectual para adoptar las decisiones a la hora de lanzar al aire la moneda, pero cada uno decidió a su manera su propio método personal de aplicar la teoría.
El rasgo intelectual común de los inversores procedentes de Villa Graham y Dodd es el siguiente: buscan discrepancias entre el valor de una empresa y el precio de las pequeñas partes de la empresa que se venden en el mercado. En esencia, aprovechan esas discrepancias sin prestar atención a las cuestiones que tanto interesan al teórico del mercado eficiente: si las acciones se compran el lunes o el jueves, o si es enero o julio, etc.. Incidentalmente, cuando los empresarios compran empresas, que es exactamente lo que nuestros inversores de Villa Graham y Dodd están haciendo a través de los valores negociables, dudo que haya muchos que tengan en cuenta en sus decisiones de compra el día de la semana o el mes en el cual va a tener lugar la transacción. Si no tiene ninguna importancia ni trascendencia el que una empresa se compre el lunes o el viernes, me desconciertan los motivos que llevan a tantos académicos a invertir enormes cantidades de tiempo y esfuerzo a comprobar si tiene algún efecto el que esas pequeñas partes de esas mismas empresas (las acciones) se compren un día u otro, o un mes u otro. Nuestros inversores de Villa Graham y Dodd no se preocupan ni de betas, ni de modelos de determinación de precios de activos de capital (CAPM), ni de covarianzas en los rendimientos entre acciones. De hecho, la mayoría de ellos tendría dificultades para definir esos términos. Estos inversores se centran simplemente en dos variables: precio y valor.
Siempre me ha parecido extraordinario que haya tantos estudios que se centren en el comportamiento del precio y el volumen, las cosas que interesan a los chartistas. ¿Se imagina comprando una empresa entera simplemente porque su precio ha subido sustancialmente la última semana y la semana anterior? Por supuesto, el motivo de que se hagan tantos estudios con estas variables de precio y volumen es que en la actualidad, en la era de los ordenadores, hay una serie prácticamente infinita de datos sobre esas variables. Aunque no tengan utilidad alguna, los datos están ahí. Como dice un amigo mío, a un hombre que tiene un martillo todas las cosas le parecen clavos.
Comenzaré este estudio de los resultados remontándome a un grupo de cuatro de nosotros que trabajamos en la Graham-Newman Corporation desde 1954 hasta 1956. Éramos únicamente cuatro; no es que haya elegido estos nombres entre miles de personas. Me ofrecí a trabajar para Graham gratuitamente después de terminar su curso, pero él me rechazó diciendo que pedía demasiado. Después de darle mucho la lata, acabó contratándome. Había tres socios y nosotros cuatro éramos los «siervos» sin remuneración.
El primer ejemplo es el de Walter Schloss. Walter no fue a la universidad, pero hizo el curso de Ben Graham por la noche en el New York Institute of Finance. Su firma ha obtenido una rentabilidad promedio del 21.3% anual compuesta durante los últimos 28 años, en comparación con el 8,4% del S&P 500 (la media del mercado). O sea que Scholoss ha logrado multiplicar 232 veces cualquier capital invertido por sus socios cuando inició. Esto es lo que un periodista escribió sobre él en la revista Supermoney (1972):
No tiene contactos ni acceso a información útil. Prácticamente nadie en Wall Street le conoce, y no le ofrecen ninguna idea. Examina los números y solicita los informes anuales, y eso es todo. Tiene una integridad absoluta. Para él el dinero es real y las acciones son reales; de este hecho fluye su atracción por el principio del «margen de seguridad».
A Walter no le importa que sea enero, no le importa que sea lunes, no le importa que haya elecciones o no ese año. Su teoría es muy sencilla: si una empresa vale 1 dólar y puedo comprarla por 40 centavos, es posible que me pase algo bueno. Eso es todo lo que hace una y otra y otra vez.
El segundo caso es el de Tom Knapp, que también trabajó conmigo en Graham-Newman. Tom era licenciado en química antes de la guerra; cuando volvió de la guerra lo único que hacía era ir a la playa. Un día se enteró de que Dave Dodd daba un curso nocturno de inversión en la Columbia University. Asisitió al curso como oyente y se interesó tanto por la materia que decidió matricularse en la Columbia Business School para hacer un MBA. Volvió a hacer el curso de Dodd, y también hizo el de Graham. Por cierto, 35 años depués llamé a Tom para comprobar algunos de los datos que he mencionado aquí y volví a encontrarle en la playa. La única diferencia es que ahora era el dueño de la playa.
El tercer miembro del grupo soy yo mismo. En 1957 conformé una sociedad llamada Buffett Partnership que liquidé en 1969 con un historial verdaderamente satisfactorio: en solo 12 años multipliqué el capital de la sociedad casi 29 veces, producto de un 29.5% de rentabilidad anual compuesta promedio durante ese período. Sobra decir que mis socios, los que aportaron el dinero, quedaron más que satisfechos con los resultados.
Seguimos con Bill Ruane, a quien conocí en la clase de Ben Graham en 1951. El historial de Bill desde 1951 hasta 1970, trabajando con cantidades relativamente pequeñas de dinero, fue mucho mejor que la media. Cuando liquidé Buffett Partnership, le pregunté a Bill si podía organizar un fondo que gestionase a todos nuestros socios, por lo que organizó el Sequoia Fund. Me complace decir que mis socios, en una medida asombrosa por las dificultades del mercado de esos días, no solo se mantuvieron fieles a él, sino que le confiaron aún más dinero, obteniendo felices resultados hasta el día de hoy.
Estos datos no están manipulados por la ventaja que da conocer los resultados a posteriori. Bill fue la única persona que recomendé a mis socios, y en aquel momento afirmé que si conseguía una ventaja de 4 puntos por año con respecto al S&P 500, eso sería un resultado sólido. Bill mejoró con creces esos resultados trabajando con cantidades cada vez mayores de dinero. Eso hace que las cosas sean mucho más difíciles. El tamaño es el ancla de la rentabilidad.
El siguiente caso es el de un amigo mío que es licenciado en Derecho. Me encontré con él en 1960 y le dije que el derecho estaba bien como afición, pero que había mejores cosas que podía hacer. Organizó una sociedad bastante diferente de la de Walter. Su cartera se concentraba en una cantidad muy reducida de valores, pero su método se basaba en el mismo criterio de descuento con respecto al valor. Por cierto, me estoy refiriendo a Charlie Munger, socio mío durante mucho tiempo en la gestión de Berkshire Hathaway. Cuando dirigía su sociedad, sus participaciones eran totalmente diferentes a las mías y de las de los otros colegas mencionados anteriormente.
Otro caso es el de un compañero que era amigo de Charlie Munger, otra persona que no había pasado por una facultad de negocios, ya que era licenciado en matemáticas. Al salir de la Universidad trabajó para IBM, como vendedor, durante un tiempo. Después de que yo hablase con Charlie, Charlie habló con él. El historial del que estoy hablando es el de Rick Guerin. Rick, en el período que va desde 1965 hasta 1983, durante el cual el S&P 500 obtuvo una ganancia compuesta del 316%, consiguió una ganacia del 22.200% (Sí, veintidós mil doscientos por ciento!), que, debido a que carece de formación en una facultad de negocios, considero que es estadísticamente significativa.
Me gustaría hacer una indicación al margen: me resulta extraordinario que la idea de comprar billetes de 1 dólar por 40 centavos arraigue inmediatamente en unas personas, o no arraigue en lo absoluto. Es como una inoculación. Si no se apodera de una persona inmediatamente, sería posible hablar con ella durante años y enseñarle todo tipo de datos y registros, y no serviría para nada. Simplemente no son capaces de captar el concepto, a pesar de lo sencillo que es. Sin embargo una persona como Rick Guerin, que no tenía ningún tipo de educación formal relacionada con el mundo de los negocios, comprendió inmediatamente el método del valor para invertir y cinco minutos después ya lo estaba aplicando. Nunca he conocido a una persona que se haya ido convirtiendo a este método en forma progresiva. O se reconoce instantáneamente o no hay nada que hacer.
El último caso que les quiero exponer es el de Stan Perlmeter. Stan era licenciado en bellas artes y trabajaba como socio en una agencia de publicidad. Trabajábamos en el mismo edificio en Omaha. En 1965 se dio cuenta de que yo tenía un negocio mejor que el de él, por lo que dejó la publicidad. En este caso, también hicieron falta cinco minutos para que Stan se convirtiese al método del valor. Sus socios se encuentran ampliamente satisfechos con el resultado de su gestión.
Pues bien, estos son solo unas cuantas historias de los jugadores a cara o sello de Villa Graham y Dodd. No los he elegido a posteriori entre miles de ellos. No estoy recitando los nombres de un puñado de ganadores de la lotería. Es importante comprender que este grupo ha asumido muchos menos riesgos que la media. Aunque difieren mucho en su estilo, estos inversores están siempre, mentalmente, comprando la empresa, no las acciones.
Estoy convencido de que hay mucha ineficacia en el mercado. Estos inversores de Villa Graham y Dodd han conseguido el éxito aprovechando las diferencias entre precio y valor. En realidad, los precios del mercado frecuentemente son absolutamente insensatos.
Me gustaría decir una cosa muy importante sobre el riesgo y la recompensa. En ocasiones, el riesgo y la recompensa están relacionados de forma positiva. A mayor riesgo, mayor recompensa. Con la inversión en valor ocurre exactamente lo contrario. Si se compra un billete de 1 dólar por 60 centavos es más arriesgado que comprarlo por 40 centavos, pero la expectativa de recompensa es mayor en el último caso. Cuanto mayor es el potencial de recompensa, menor riesgo hay.
Les ofreceré un ejemplo rápido: la Washington Post Company en 1973 se vendía a 80 millones de dólares en el mercado. En aquella época, aquel día, se podrían haber vendido los activos a cualquiera entre un grupo de diez compradores por lo menos, como mínimo, por 400 millones de dólares, y tal vez por mucho más. La empresa era propietaria del Post, del Newsweek y de varias emisoras en varios mercados importantes. Esas mismas propiedades valen hoy día 2.000 millones de dólares, así que una persona que hubiese pagado 400 millones de dólares por ellas no habría estado loca.
Pues bien, si las acciones hubiesen bajado a la mitad y la empresa quedara a un precio de 40 millones de dólares en vez de 80 millones de dólares, su beta habría sido mayor. Y para las personas que creen que el beta mide el riesgo, el precio menor les habría parecido que entrañaba un mayor peligro porque solo ven tendencias. Verdaderamente, esto es digno de Alicia en el País de las Maravillas. Nunca he sido capaz de entender por qué es más arriesgado comprar un patrimonio valorado en 400 millones de dólares por 40 millones que hacerlo por 80 millones. Dado que usted no va a tener en sus manos el dinero para comprar toda la empresa, puede comprar partecitas de ella (las acciones en la bolsa) y será necesario que se asegure de que los directivos de la empresa sean personas honradas y razonablemente competentes, pero eso no es difícil.
También será necesario que disponga de los conocimientos que le permitan realizar una estimación en términos muy generales sobre el valor intrínseco de la empresa. De todas maneras no hace falta aproximarse mucho. Esto es lo que quería decir Ben Graham cuando hablaba del margen de seguridad. La cuestión no es tratar de comprar por 95 una empresa que vale 100. El truco está en contar con un enorme margen de seguridad que te permita comprar por 50 algo que vale 100.
En conclusión, es posible que muchos de los lectores que tengan una mente más comercial se estén preguntando por qué he escrito esto. La incorporación de muchos conversos al método del valor reducirá, inevitablemente, los diferenciales entre precio y valor. Lo único que puedo decirles es que el secreto lleva 50 años a la vista de todo el mundo, desde que Ben Graham y Dave Dodd escribieron Security Analysis, y todavía no he apreciado ninguna tendencia hacia la inversión en valor en los 35 años que llevo aplicándola. Aparentemente existe una perversa característica humana que hace que las cosas fáciles acaben resultando difíciles. El mundo académico se ha ido alejando cada vez más de la enseñanza de la inversión en valor. Los barcos darán la vuelta al mundo, pero la Sociedad para la Defensa de que la Tierra es Plana seguirá ganando adeptos. Seguirá habiendo grandes discrepancias entre el precio y el valor de mercado, y los que lean a Graham y Dodd seguirán prosperando.

miércoles, 3 de agosto de 2011

A propósito de ECOPETROL

Últimamente he escuchado con frecuencia a las personas conversando sobre un tema de moda: la nueva emisión de acciones de ECOPETROL. Algunos amigos han solicitado mi opinión y con toda sinceridad me ha tocado responderles que no he analizado esa emisión. La verdad es que, por un lado, no he tenido tiempo para hacer la tarea y, por el otro, mi capital es tan pequeño que necesariamente debe estar concentrado y no admite diversificación por el momento. Sin embargo, me preocupa que todavía no he escuchado a la primera persona que tenga un solo argumento sólido para realizar la inversión. Están jugando al casino con el dinero que tanto les ha costado ganar y ahorrar. No estoy diciendo que la inversión sea mala porque, como ya lo dije, ni siquiera la he analizado. El motivo de mi preocupación es el hecho de saber que todos invierten sin hacer la tarea de un verdadero análisis que toma tiempo hacer.

A todas las personas que quieren incursionar en las inversiones en bolsa solo les recomiendo una cosa: Lean los libros Security Analysis y El inversor inteligente de Benjamín Graham. Si no quieren perder tiempo y dinero, en estos dos libros encuentran todo lo que necesitan saber para ser exitosos a largo plazo en la bolsa y en cualquier inversión que quieran realizar.

Se han escrito cientos de libros que tratan de enseñar los métodos de inversión de Warren Buffett, el mejor inversionista que ha dado la historia de la humanidad, leyenda viviente que con solo estornudar hace que a las bolsas del mundo les de gripa. Pero Buffett fue discípulo de Graham y fue él quien le enseño las bases de su técnica para seleccionar acciones.

A continuación transcribo para mis lectores el prólogo escrito por Warren Buffet para la última edición en español de Security Analysis. Espero que las palabras del mismo Buffett los animen a leer los libros que les estoy recomendando, pues estos pueden cambiar su futuro financiero en forma radical.

Prólogo del libro Security Analysis, por Warren E. Buffet

Hay cuatro libros en mi nutrida biblioteca por los que siento una especial predilección, y todos ellos fueron escritos hace más de cincuenta años. No obstante, seguirían teniendo un enorme valor para mí si los leyera hoy por vez primera; la sabiduría que albergan perdura en sus amarillentas páginas.

Dos de estos libros son primeras ediciones de La riqueza de las naciones (1776), de Adam Smith, y El inversor inteligente (1949) de Benjamin Graham. El tercero es, precisamente, una copia original de este libro, Security Analysis de Graham y Dodd. Estudié con este libro cuando era alumno de la Universidad de Columbia en 1950 y 1951 y tuve la suerte de tener a Ben Graham y a Dave Dodd como profesores. Estos dos hombres y su libro Security Analysis cambiaron mi vida.

Desde un punto de vista práctico, lo que aprendí por aquel entonces se convirtió luego en el fundamento sobre el cual se cimentaron todas mis decisiones comerciales y de inversión. Antes de conocer a Ben y a Dave, sentía ya una cierta fascinación por el mercado de valores. Antes de comprar mis primeras acciones a la edad de 11 años – tardé ese tiempo en reunir los 115 dólares necesarios para realizar la adquisición – había leído todos los libros de la biblioteca pública de Omaha que estaban relacionados con la inversión en Bolsa y descubrí que muchos de ellos eran fascinantes e interesantes, pero que ninguno me resultaba realmente de utilidad.

Sin embargo, mi odisea intelectual terminó cuando conocí a Ben y a Dave, primero a través de sus escritos y luego personalmente. Ellos diseñaron una hoja de ruta para inversiones que he estado siguiendo a lo largo de cincuenta y siete años. No he tenido motivos para buscar otra.

Pero más allá de las ideas que Ben y Dave me proporcionaron, estuvo la amistad, el estímulo y la confianza que irradiaron en mí. No les interesaba lo más mínimo lo que un joven estudiante pudiera darles a cambio, simplemente querían brindarme toda la ayuda que estaba a su alcance. Esto es, probablemente, lo que más admiro de estos dos autores. Estaba escrito, desde que nacieron, que serían hombres brillantes; pero ellos, además, eligieron ser amables y generosos.

Los misántropos se habrían sentido confundidos por su conducta. Ben y Dave enseñaron, literalmente, a miles de potenciales competidores, jóvenes que, como yo, estaban dispuestos a comprar valores en oferta o a involucrarse en transacciones de arbitraje, compitiendo directamente con la Graham-Newman Corporation, la compañía de inversiones de Ben. Y más aún, Ben y Dave solían exponer textos y ejemplos actuales de compañías inversoras en sus clases, por lo que, de hecho, hacían prácticamente el trabajo por nosotros. El modo en que se comportaban me dejó una profunda impresión – como en muchos de mis compañeros de clase – al igual que sus ideas. Nos enseñaron no solo a invertir con sensatez, sino a vivir sensatamente.

El ejemplar de Security Analysis que guardo en mi biblioteca y que utilicé cuando estudiaba en la Universidad de Columbia es el de la edición de 1940. Estoy seguro de que lo he leído por lo menos cuatro veces por lo que, es obvio, que para mí es un libro especial.

Ahora fijémonos, sin embargo, en el cuarto libro que acabo de mencionar, que para mí tiene un valor inestimable. En el año 2000, Barbara Dodd Anderson, la única hija de Dave, me dio el ejemplar de Security Analisys que tenía su padre. Se trata de una edición de 1934 y tiene cientos de notas en los márgenes. Fueron anotadas por Dave mientras preparaba la publicación de la edición revisada de 1940. Ningún regalo ha significado tanto para mí.