sábado, 31 de marzo de 2012

Apología de la vagancia

Tengo que confesarlo: Soy un completo vago! Llegué a esa conclusión en días recientes cuando descubrí que los porteros del edificio donde vivía hasta hace un mes hicieron una apuesta. Por un lado estaban los que creían que yo era un ingeniero contratista del estado. Por el otro lado estaban los que creían que yo no hacía nada y que vivía con una mesada que mis padres me proveían. Un día no se aguantaron más y me preguntaron por mi actividad profesional. Bueno, no los culpo por su inquietud. Mi carro siempre fue el último en salir (cuando salía) y el primero en entrar al parqueadero todos los días. Entonces decidí sacar provecho de la situación:
-          ¿De cuanto es la apuesta? Pregunté.
-          De 10 mil pesos. Respondió uno de ellos.
-         Bueno, yo les respondo pero con una condición: Si ninguno acierta, yo me gano los 20 mil pesos. ¿Aceptan?
-          Está bien. ¡Aceptamos!
-       Entonces les pregunté: ¿Todos ustedes creen en Dios y han leído la Biblia cierto? – ¡Claro que sí! Respondieron. – Bueno, yo tengo comunicación directa con Dios y cada vez que se me acaba el mercado lo llamo y... ¡problema solucionado! Lo mismo hago cuando me toca pagar el arriendo, los servicios y todas mis demás obligaciones.
Ya me imaginaba yo con mis 20 mil pesos en el bolsillo pero por alguna razón que no entiendo, no me creyeron. No había razón para que dudaran de mí. El caso es que me quedé con las ganas de ganarme la platica y ellos con las ganas de saber qué hago para ganarme la vida.

El fin de semana siguiente empecé a notar que las residentes de otros apartamentos se llevaban a sus hijos cuando yo iba pasando o bajaba a la piscina. Parece que creyeron que yo era una mala influencia para los niños. Por eso me cambié de edificio. Ahora estoy en uno nuevecito y aun no tengo vecinos chismosos que piensen que soy una mala influencia.
A partir de ese episodio me puse a pensar en muchas cosas. Desde que estaba en la universidad tenía claro que no quería ser empleado de nadie. La idea de vender mi tiempo a otros nunca me convenció. Siempre quise ser mi propio jefe y trabajar para mí. Pero en la medida en que empecé a estudiar el sistema económico y a entenderlo, descubrí que tampoco quería trabajar para mí. Lo que quería era no trabajar. Y la forma de lograrlo era buscando gente que trabajara para mí para no tener que hacerlo yo. Descubrí que comprar tiempo de otros era mucho mejor negocio que vender el mío. Eso se lo aprendí a Adam Smith cuando leí La riqueza de las naciones.
Mi vida de vago no la cambio ni si me llama el Presidente Santos a ofrecerme un Ministerio. Mi rutina diaria incluye 2 horas de deporte, 3 horas de lectura de periódicos y revistas para estar al día con lo que pasa en el mundo, leer informes y algún libro, muchas llamadas telefónicas y de vez en cuando una que otra reunión. Estar al día y absorber mucha información, además de que me gusta, me permite mejorar mis técnicas para poder ser un vago toda la vida. Menos mal que no nací en un país comunista como Cuba porque allá a todo el mundo le toca trabajar. Qué pereza. Por eso soy defensor acérrimo del sistema capitalista, porque es el que permite que vagos como yo podamos vivir tranquilos en el mundo.
Hace una semana asistí a la asamblea de accionistas de una empresa de la que me hice socio recientemente. Asistimos unos 40 accionistas a la cita y yo, a pesar de no poseer ni el 2% de las acciones en circulación, hice una intervención bastante extensa en la que daba algunas sugerencias para disminuir los riesgos del negocio y otras para aumentar las utilidades. En un momento dado, les dije que en vista de lo extensa de mi intervención iba a detenerme ya. Cual no sería mi sorpresa al ver que todos querían que siguiera hablando y hasta uno de los miembros de la Junta Directiva me invitó a formar parte de un comité para un trabajo específico. Entonces descubrí que todos los presentes también llevaban un vaguito en el corazón. Ellos querían escuchar mis sugerencias porque muy en el fondo querían vivir de la empresa sin tener que trabajar. Ya me imaginaba sus pensamientos: que trabaje el Gerente y sus empleados que a mí solo me interesa mi cheque de dividendos!
Como ahora sé que todos llevan un vaguito en el corazón, ya no me da pena decirlo abiertamente. Es más, no conforme con ser un vago yo, ahora quiero enseñarles a otros las cosas que yo he aprendido para que también lo puedan ser, así que me inscribí en un Diplomado en Docencia Universitaria con el propósito de dictar la cátedra de ingeniería económica en alguna universidad. Yo recuerdo que cuando estaba en séptimo semestre de mi carrera, la clase de ingeniería económica me empezó a dar las respuestas que estaba buscando pues las matemáticas financieras se convirtieron en mis aliadas para lograr mis objetivos. Con un solo curso que tenga a mi cargo estaré ampliamente satisfecho pues podré sacar al mundo una nueva camada de vaguitos cada semestre.
Acepto que ser un vago a secas es algo incómodo cuando uno socializa con otras personas. Al título de empresario no clasifico porque no poseo ninguna empresa completa (aun). Las participaciones que tengo en algunas son tan pequeñas que no me dan ningún poder de decisión dentro de ellas. Tampoco puedo ser llamado inversionista. Un inversionista es un tipo que cuenta con capital que siempre está moviendo de un lado a otro y la verdad es que a mí me toca hacer maromas chinas cada vez que se me ocurre una nueva idea de negocio para perpetuar mi vagancia y necesito conseguir recursos.
Al título de inversionista sí es al que aspiro algún día porque el vago que más admiro en el mundo es también el mejor inversionista que ha existido jamás. Se llama Warren Buffett. Él no hace nada. Se la pasa de compras. Comprando empresas, claro está. Solo lee los informes anuales de muchas de ellas y compra las que están en promoción con el 50% de descuento o más. Este tipo arrancó sin un solo dólar en el bolsillo y ya hoy es el tercer hombre más rico del planeta. Es muy inteligente, tiene un gran poder analítico y un gran entendimiento del mundo económico, pero su técnica es tan sencilla que hasta un tipo normal como yo la ha podido aplicar. Desde que supe de su existencia he leído los libros que él leyó para formarse, leo las cosas que escribe y veo sus entrevistas para aprender de él. Nunca deja de sorprenderme ese poderoso cerebro que posee. Gracias a que he aplicado sus métodos es que ahora he podido ser el vago que soy. Por supuesto que muy probablemente yo nunca llegaré a poseer los ceros a la derecha de su declaración de renta, pero definitivamente es mi vago favorito y mi ejemplo a seguir.
Ahora me preocupa es que el día que conozca a la mujer de mi vida y vaya a conocer a mis futuros suegros, me hagan la pregunta de rigor: ¿Donde trabajas? Ahí sí voy a quedar viendo un chispero. ¿Qué les voy a decir? A ellos no les puedo salir con el cuento de mi comunicación directa con Dios, como lo hice con los porteros de mi edificio. ¿Como les voy a explicar que a su hija le gusta un vago? ¿Y qué tal que sean de esas familias que sueñan ver casada a su hija con un “doctor”? Me voy a ver en aprietos pero creo que tengo tiempo suficiente para ir pensando en inventarme algo para no quedar tan mal. Ya se me ocurrió que debería tener una oficina y una secretaria para disimular un poco la cosa. Lo de la secretaria sería magnífico porque ella haría muchas de las cosas que no me gusta hacer. Lo de la oficina me serviría para que cuando me llamen al celular y me pregunten donde estoy, ya puedo responder “en la oficina” aunque esté haciendo lo mismo que estaría haciendo en la casa: devorar grandes cantidades de información.
Por último quiero enviarles un mensaje a mis amigos. El chistecito ese de llamarme a las 8:00 AM y preguntarme que si ya me levanté, no me hace ninguna gracia. Para que sepan, a esa hora ya estoy regresando del gimnasio porque madrugo muy a las 6:00 AM para que me rinda el día. ¿Entendido?

viernes, 13 de enero de 2012

Dos años después de lanzarme al agua


Bueno, aquí estoy de regreso. El próximo 31 de enero se cumplen dos años desde que tomé la decisión de dejar mi empleo como gerente de una oficina bancaria para hacer negocios por mi cuenta. He tenido mas altibajos de los que hubiera podido prever en ese momento. Cuando dejé ese empleo en enero de 2010 todo marchaba de maravilla. Se cumplían todas las condiciones y reglas que yo mismo me inventé para disminuir al máximo la probabilidad de fracaso. Quienes leyeron el artículo que escribí en marzo de ese mismo año y que titulé Antes de dar el gran paso, saben de qué les estoy hablando.
Poco después empezaron los problemas. Un contrato de arrendamiento de vehículos que estaba firmado por un año me lo cancelaron a los dos meses de haber iniciado sin explicación ni indemnización alguna. Además, mi principal deudor, a quien le había prestado una buena suma de dinero al interés (y que a su vez yo le debía al banco) empezó a tener dificultades financieras y no me interesaba quedarme con la garantía porque necesitaba el flujo de caja que este me generaba. Por esos mismos días, a un tipo que consideraba mi amigo, con quien ya había hecho negocios con anterioridad, le pagué una cantidad importante de dinero a cambio de cederme la ejecución de un contrato que había ganado con una entidad del estado y después resultó que el contrato no existía; quedé sin contrato, sin amigo y sin plata. Por otro lado, un socio también tenía dificultades para iniciar una obra civil que prometía buena utilidad pero la demora para arrancar estaba diezmando dicha utilidad. Otra obra que había terminado en febrero de 2010 no me la habían terminado de cancelar todavía en octubre de ese año. En resumidas cuentas, el período comprendido entre junio y los primeros días de noviembre de 2010 fue la peor época de mi vida.
Como si no hubiese sido ya suficiente con sentir que me habían caído las 7 plagas de Egipto por mi mala suerte, saber que tenía en riesgo casi todo el pequeño patrimonio que había logrado construir en 8 años de esfuerzo, ahorro y sacrificios personales y tener que mudarme nuevamente a la casa de mis padres (ahora con esposa a bordo) a causa del serio deterioro de mis finanzas, no me pude salvar del “te lo dije” de mi madre ni del silencioso reproche de mi esposa (hoy ex-esposa), que aunque no me decía nada con palabras, su frío trato y su mirada inquisidora eran suficientes para hacerme sentir un nudo en la garganta todos los días. Aunque debo aclarar que su actitud era totalmente comprensible para mí porque ella nunca estuvo de acuerdo con mi aventura, así que me consideraba 100% responsable de todas las dificultades que estábamos pasando.
La cosa estaba tan grave que decidí entonces tragarme mi orgullo y aceptar mi derrota. Obviamente que con mi ego profundamente golpeado y con poco presupuesto para vivir no estaba de ánimos para reuniones sociales ni para hablar con nadie. Dejé de hacer cosas que habitualmente hacía, como comer en restaurantes, reunirme con mis amigos, ir a cine, salir de rumba o de paseo. Vivía encerrado en mi casa y no quería ver a nadie ni que nadie me viera a mí. Lo único que me preocupaba era encontrar una solución urgente para mi situación.
Cuando nada podía ir peor pasaba largas noches desvelado pensando en la forma de solucionar mis problemas. Fue en los primeros días de noviembre del fatídico 2010, en una de esas noches de desvelo, que se me ocurrió la idea que le daría un vuelco total a mi situación.
Como ya les conté, yo tenía una sociedad con un amigo ingeniero civil y en el mes de febrero habíamos entregado una obra que no nos habían terminado de pagar todavía en octubre. Había voluntad de pago por parte de los socios de la empresa que nos contrató pero su situación de iliquidez no les permitía hacerlo. Yo sabía que los socios de esa compañía también eran socios en otra empresa de servicios públicos que desde hacía algún tiempo era de mi interés. Al día siguiente, aun con las ojeras por no haber dormido en toda la noche, llamé al socio mayoritario de la empresa contratante y ese mismo día me reuní con él. Le propuse lo que estuve planeando durante toda la noche anterior: que yo me comprometía a conseguirle prestado el dinero para que me terminara de pagar a mí y a otros acreedores que no daban mas espera, con la condición de que garantizara ese préstamo con las acciones que poseía en la empresa de servicios públicos que me interesaba. No habría pignoración de las acciones sino que haríamos las cosas a mi manera, por medio de una compra con pacto de retroventa sobre las acciones.
Al hombre le gustó la idea. Lo consultó con sus socios y a los dos días ya tenía yo la respuesta positiva de todos. Le solicité toda la información financiera y legal de la empresa para poder hacer una valoración y determinar cuanto le podría prestar por sus acciones. A la semana ya tenía en mis manos toda la información y los documentos que solicité y tres días después determiné el valor aproximado de la empresa y el valor del crédito por las acciones. Ahora, como yo no disponía de recursos, me tocaba ejecutar la segunda parte de mi plan, que consistía en buscar un inversionista para la operación a quien le ofrecí un porcentaje importante de las acciones en caso de que los deudores no pagaran y nos tocara quedarnos con la garantía. Bajo esas condiciones no fue difícil encontrar al inversionista y el primero de diciembre de 2010 cerramos el negocio.
No lo podía creer. Después de solo tres semanas yo tenía la sartén por el mango. Estaba a punto de ganar la lotería. Se fue la depresión y ahora mi autoestima estaba en la estratosfera. Sin modestia me toca confesar que me sentía berraco, inteligente y astuto. Y es que no fue poco lo que gané. En un abrir y cerrar de ojos, sin que saliera un peso de mi bolsillo, recuperé el dinero que ya tenía perdido y de paso tenía a mi nombre el 70% de las acciones de una concesión de servicios públicos que empleaba a 40 personas. Si la contraparte no regresaba el dinero prestado por el inversionista con sus respectivos intereses en 90 días, el contrato leonino que me inventé establecía que yo me quedaba permanentemente con esas acciones. El peor escenario era que la contraparte devolviera el dinero prestado por el inversionista con sus intereses y aun así todos quedábamos felices.
Entonces para no alargar más la historia, aunque mi intención inicial era apoderarme de la empresa una vez vencidos los tres meses, finalmente no lo hice. El negocio terminó en un acuerdo que modificó las condiciones iniciales del contrato y del cual todos resultamos beneficiados por igual.
Viendo las cosas en retrospectiva, el principal beneficio de este negocio es que solo fue el primero de muchos otros. Fue el inicio de una sana y fructífera relación comercial y de amistad que a la fecha lleva más de un año, con empresarios que me llevan una ventaja de más de 20 años por delante, personas sencillas y abiertas de las que he aprendido y con las que he adquirido mi propia experiencia, donde he encontrado un mar de oportunidades para hacer cosas nuevas todos los días en mi propio beneficio, en beneficio de ellos y de los inversionistas que arriesgan sus recursos confiando en mi criterio. Sobra decir que gracias a esa relación logré salir del hueco en el que me encontraba.
Hace poco leí en alguna parte una frase que decía que para tener éxito una vez, se necesitan cien fracasos, pero cada fracaso es el condimento que le da más sabor al éxito. Creo que la frase es muy cierta. Y no es que esté muy platudo como algunos podrían pensar. La sensación de éxito que apenas empiezo a experimentar consiste en que después múltiples intentos fallidos, ahora sí me estoy atornillando a la actividad profesional que me apasiona y hace que esté tan feliz el lunes por la mañana como el viernes por la tarde. Eso para mí ya es éxito. Y conseguir las cosas de esta manera, aunque sean pequeños logros, es más placentero que ganarse el gordo de la lotería, pues no es una cuestión de suerte sino el resultado de un plan diseñado y ejecutado con precisión quirúrgica. Espero no tener que tragarme estas palabras en el futuro pero no puedo evitar expresar mi optimismo.
Soy conciente de que si algo no hubiera salido bien, el final de esta historia sería muy distinto. Pero bueno, ahora que lo pienso… ¿cual final? La verdadera historia apenas comienza ahora y yo les seguiré contando.