viernes, 13 de enero de 2012

Dos años después de lanzarme al agua


Bueno, aquí estoy de regreso. El próximo 31 de enero se cumplen dos años desde que tomé la decisión de dejar mi empleo como gerente de una oficina bancaria para hacer negocios por mi cuenta. He tenido mas altibajos de los que hubiera podido prever en ese momento. Cuando dejé ese empleo en enero de 2010 todo marchaba de maravilla. Se cumplían todas las condiciones y reglas que yo mismo me inventé para disminuir al máximo la probabilidad de fracaso. Quienes leyeron el artículo que escribí en marzo de ese mismo año y que titulé Antes de dar el gran paso, saben de qué les estoy hablando.
Poco después empezaron los problemas. Un contrato de arrendamiento de vehículos que estaba firmado por un año me lo cancelaron a los dos meses de haber iniciado sin explicación ni indemnización alguna. Además, mi principal deudor, a quien le había prestado una buena suma de dinero al interés (y que a su vez yo le debía al banco) empezó a tener dificultades financieras y no me interesaba quedarme con la garantía porque necesitaba el flujo de caja que este me generaba. Por esos mismos días, a un tipo que consideraba mi amigo, con quien ya había hecho negocios con anterioridad, le pagué una cantidad importante de dinero a cambio de cederme la ejecución de un contrato que había ganado con una entidad del estado y después resultó que el contrato no existía; quedé sin contrato, sin amigo y sin plata. Por otro lado, un socio también tenía dificultades para iniciar una obra civil que prometía buena utilidad pero la demora para arrancar estaba diezmando dicha utilidad. Otra obra que había terminado en febrero de 2010 no me la habían terminado de cancelar todavía en octubre de ese año. En resumidas cuentas, el período comprendido entre junio y los primeros días de noviembre de 2010 fue la peor época de mi vida.
Como si no hubiese sido ya suficiente con sentir que me habían caído las 7 plagas de Egipto por mi mala suerte, saber que tenía en riesgo casi todo el pequeño patrimonio que había logrado construir en 8 años de esfuerzo, ahorro y sacrificios personales y tener que mudarme nuevamente a la casa de mis padres (ahora con esposa a bordo) a causa del serio deterioro de mis finanzas, no me pude salvar del “te lo dije” de mi madre ni del silencioso reproche de mi esposa (hoy ex-esposa), que aunque no me decía nada con palabras, su frío trato y su mirada inquisidora eran suficientes para hacerme sentir un nudo en la garganta todos los días. Aunque debo aclarar que su actitud era totalmente comprensible para mí porque ella nunca estuvo de acuerdo con mi aventura, así que me consideraba 100% responsable de todas las dificultades que estábamos pasando.
La cosa estaba tan grave que decidí entonces tragarme mi orgullo y aceptar mi derrota. Obviamente que con mi ego profundamente golpeado y con poco presupuesto para vivir no estaba de ánimos para reuniones sociales ni para hablar con nadie. Dejé de hacer cosas que habitualmente hacía, como comer en restaurantes, reunirme con mis amigos, ir a cine, salir de rumba o de paseo. Vivía encerrado en mi casa y no quería ver a nadie ni que nadie me viera a mí. Lo único que me preocupaba era encontrar una solución urgente para mi situación.
Cuando nada podía ir peor pasaba largas noches desvelado pensando en la forma de solucionar mis problemas. Fue en los primeros días de noviembre del fatídico 2010, en una de esas noches de desvelo, que se me ocurrió la idea que le daría un vuelco total a mi situación.
Como ya les conté, yo tenía una sociedad con un amigo ingeniero civil y en el mes de febrero habíamos entregado una obra que no nos habían terminado de pagar todavía en octubre. Había voluntad de pago por parte de los socios de la empresa que nos contrató pero su situación de iliquidez no les permitía hacerlo. Yo sabía que los socios de esa compañía también eran socios en otra empresa de servicios públicos que desde hacía algún tiempo era de mi interés. Al día siguiente, aun con las ojeras por no haber dormido en toda la noche, llamé al socio mayoritario de la empresa contratante y ese mismo día me reuní con él. Le propuse lo que estuve planeando durante toda la noche anterior: que yo me comprometía a conseguirle prestado el dinero para que me terminara de pagar a mí y a otros acreedores que no daban mas espera, con la condición de que garantizara ese préstamo con las acciones que poseía en la empresa de servicios públicos que me interesaba. No habría pignoración de las acciones sino que haríamos las cosas a mi manera, por medio de una compra con pacto de retroventa sobre las acciones.
Al hombre le gustó la idea. Lo consultó con sus socios y a los dos días ya tenía yo la respuesta positiva de todos. Le solicité toda la información financiera y legal de la empresa para poder hacer una valoración y determinar cuanto le podría prestar por sus acciones. A la semana ya tenía en mis manos toda la información y los documentos que solicité y tres días después determiné el valor aproximado de la empresa y el valor del crédito por las acciones. Ahora, como yo no disponía de recursos, me tocaba ejecutar la segunda parte de mi plan, que consistía en buscar un inversionista para la operación a quien le ofrecí un porcentaje importante de las acciones en caso de que los deudores no pagaran y nos tocara quedarnos con la garantía. Bajo esas condiciones no fue difícil encontrar al inversionista y el primero de diciembre de 2010 cerramos el negocio.
No lo podía creer. Después de solo tres semanas yo tenía la sartén por el mango. Estaba a punto de ganar la lotería. Se fue la depresión y ahora mi autoestima estaba en la estratosfera. Sin modestia me toca confesar que me sentía berraco, inteligente y astuto. Y es que no fue poco lo que gané. En un abrir y cerrar de ojos, sin que saliera un peso de mi bolsillo, recuperé el dinero que ya tenía perdido y de paso tenía a mi nombre el 70% de las acciones de una concesión de servicios públicos que empleaba a 40 personas. Si la contraparte no regresaba el dinero prestado por el inversionista con sus respectivos intereses en 90 días, el contrato leonino que me inventé establecía que yo me quedaba permanentemente con esas acciones. El peor escenario era que la contraparte devolviera el dinero prestado por el inversionista con sus intereses y aun así todos quedábamos felices.
Entonces para no alargar más la historia, aunque mi intención inicial era apoderarme de la empresa una vez vencidos los tres meses, finalmente no lo hice. El negocio terminó en un acuerdo que modificó las condiciones iniciales del contrato y del cual todos resultamos beneficiados por igual.
Viendo las cosas en retrospectiva, el principal beneficio de este negocio es que solo fue el primero de muchos otros. Fue el inicio de una sana y fructífera relación comercial y de amistad que a la fecha lleva más de un año, con empresarios que me llevan una ventaja de más de 20 años por delante, personas sencillas y abiertas de las que he aprendido y con las que he adquirido mi propia experiencia, donde he encontrado un mar de oportunidades para hacer cosas nuevas todos los días en mi propio beneficio, en beneficio de ellos y de los inversionistas que arriesgan sus recursos confiando en mi criterio. Sobra decir que gracias a esa relación logré salir del hueco en el que me encontraba.
Hace poco leí en alguna parte una frase que decía que para tener éxito una vez, se necesitan cien fracasos, pero cada fracaso es el condimento que le da más sabor al éxito. Creo que la frase es muy cierta. Y no es que esté muy platudo como algunos podrían pensar. La sensación de éxito que apenas empiezo a experimentar consiste en que después múltiples intentos fallidos, ahora sí me estoy atornillando a la actividad profesional que me apasiona y hace que esté tan feliz el lunes por la mañana como el viernes por la tarde. Eso para mí ya es éxito. Y conseguir las cosas de esta manera, aunque sean pequeños logros, es más placentero que ganarse el gordo de la lotería, pues no es una cuestión de suerte sino el resultado de un plan diseñado y ejecutado con precisión quirúrgica. Espero no tener que tragarme estas palabras en el futuro pero no puedo evitar expresar mi optimismo.
Soy conciente de que si algo no hubiera salido bien, el final de esta historia sería muy distinto. Pero bueno, ahora que lo pienso… ¿cual final? La verdadera historia apenas comienza ahora y yo les seguiré contando.